Con el hígado transpirado: así está ella, así quedamos. Andrea es en sí misma una mezcla. Mezcla de Andrea la puta de ficción, con algo –mucho- de Marina Otero, su creadora. Mezcla de un personaje y una persona; de una autobiografía que se abraza a esa Andrea de Pablo Ramos en “La Ley de la ferocidad”, talvez para compartir la responsabilidad que implica hablar de uno mismo. Los que asistimos vamos entrando/subiendo de a uno o de a dos a Apacheta -la sala de la ventana- y nos indican dónde sentarnos. Somos pocos, es un encuentro íntimo. No quisiera describir qué va pasando… para eso toca ir algún sábado a la cita con Andrea. Pero sí ubicar al ahora lector y al posible espectador, sobre ese encuentro que es a la vez disfrutable y agotador, sincero y piadosamente mentiroso, y que probablemente lo haga juntar las piernas entre sí, enterrar la cabeza entre los hombros; cada vez que Andrea habla, llora, se golpea, se sincera, se esconde, se rompe, se define, se enumera, se pervierte y festeja la moral hedionda…