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Lunes, 06 Noviembre 2017 21:35

Resonancias de lo íntimo

Escrito por Victoria Alcalá

Siempre llevo una libretita de notas en mi mochila para anotar algún hallazgo sobre un tema que esté investigando, o el título de algún autor que encuentre en alguna vidriera de Corrientes y Callao, por si acaso. Sin embargo, cada vez que salía de los ensayos de “Vislumbres pasajeras” no me caía ninguna idea. Me preguntaba para qué me expreso y la hoja seguía en blanco. 

Mirando hacia atrás, ahora entiendo que lo experiencial tomaba tanta fuerza que no había cabida para una reflexión, ni siquiera para anotar algún concepto agarrado de los pelos. El terreno de lo personal se volvió intenso. No podía interrumpir -como había hecho muchas veces antes- el proceso de descubrimiento que implica empezar a armar una nueva obra en grupo, por anteponer mis conocimientos teóricos al cuerpo. Preferí sumergirme en la zona de lo introspectivo. “Tu cuerpo es tu biografía”, recordé esa frase que me regaló una amiga del GEAM (Grupo de Experimentación de Artes del Movimiento del IUNA, del cual formo parte). Confié en que aún registrando desde un lugar más intuitivo, incluso disperso y menos ansioso, la reflexión llegaría por decantación de conceptos viejos y por incorporación de los nuevos. 

Cuando Gustavo Lecce -director de “Vislumbres pasajeras”- empezó a montar la obra, mi cuerpo en contacto empezó a encontrar otras afirmaciones, de esas más simples y necesarias. Habilitar la conciencia y entrenar un modo de presencia, me permitió aceptar el cuerpo como fuelle, como un intermediario entre contenido y forma, entre yo y otro. Empecé a descubrir en lo sinestésico la posibilidad de orígenes de órdenes distintos, el nexo entre lo físico y lo sensible, entre las capacidades adquiridas y las capacidades expresivas. Con las prácticas sentí que mi cuerpo se acercaba a mí. Recordé esa sensación que me acompañaba en la niñez, desde que mis pies regordetes me pidieron que sea bailarina. (A decir verdad, “Vislumbres pasajeras” me hace viajar de cuando en cuando a esa mirada de niña. La primera escena de la obra, -la llamamos “la escena de los abrazos”- recapitula toda esa inocencia).

Lo más privado se volvió una imagen posible de ser bailada. Lo personal comenzó a encontrar un lugar preciado y valioso para buscar formas propias de movimiento y formas dialógicas en relación con el resto del grupo, para diferenciarse y para contagiarse. Como si un secreto estuviera por estallar, se devela lo íntimo resonando como creación del instante. 

 

Yo, la que soy.

Asumí que no quería alejarme de la fuente de lo expresivo. Observando a mis compañeros moverse me anoticié que era absurdo pensar en una fuente de movimiento, reconfirmé que –por suerte- no existe una única manera de bailar. Un recorrido de movimiento auténtico, bailar en la frontera de lo íntimo, que la piel se vuelva porosa, habitar un mundo impredecible de sensaciones. Afloro, soy irregular. 

Mi piel se vuelve un cúmulo de memorias. El cuerpo sin tabúes se transforma, se deja entrever transparente y yo con él. Comencé a vivenciar el gesto expresivo como si fuera un destello. Volvió el placer de bailar desde la delicadeza y el reencuentro. “No caigamos en el romanticismo (…) me gusta que la obra no se identifique completamente ni con el Contact ni con la Expresión Corporal”, decía Gustavo. Yo pensaba en el peligro de caer en mis frecuentes dramatismos: ¿qué tipo de danza reconozco en mí?

Atravesado el proceso de composición, ahora puedo decir que cada vez que improvisamos, el recorrido de las escenas se vuelve una especie de nostalgia recuperada. Soy al bailar las huellas de un cuerpo que se me aparece y el pasado de una búsqueda que parece de otro tiempo. 

 

Yo, la que quiero ser.

Cada nueva función, trato de llevarme a esa raíz de reencuentro, de contactarme con el mundo incierto de mi más profunda intimidad. Creo que hay algo del lugar gozoso al bailar que me permite estimular las ideas, darle vuelo a imágenes aprehendidas, poder encarnar un sentido sin saber ni preocuparme muy bien por quién soy al bailar. De cuando en cuando se vuelve algo más parecido a un recuerdo que puedo evocar, casi tocar con las imágenes de mi mente, palpar silenciosamente con la palma de mi mano. Vuelvo a decir en escena: “acá estoy” de una manera simple que inmediatamente me aleja de todo intento de acting. ¿Qué tipo de danza elijo?

Durante las prácticas, había observado que bailar se relaciona profundamente con un ideal de uno mismo. Incluso, muchas técnicas de danza con las que me he formado construyen un ideal fundado en un modelo externo. Por eso, tuve que desterrar la que quiero ser y buscar una referencia interna, dialogar con el mundo poético al que me invitaba la obra. Su temporalidad es lenta, me deja ver a donde voy llegando al moverme.

En este lugar encontré la tensión como fuerza, en el “entre” que me permite en una reacción levantar a algún compañero y sentir que vuela o barrenar los territorios de nuestros cuerpos por el piso. También, que otro cargue mi peso.

 

Yo, la que el otro cree que soy.

Los esquemas comenzaron a cambiar: el otro estaba para enseñarme el límite de mi cuerpo como posibilidad de encuentro. Recuerdo que Elina Matoso destaca la función  habilitante del límite (2005), el lugar del permiso. Dejar lugar a esa ausencia de restricciones me permitió abrirme al otro, darle lugar a su vacío, reconocerme y reconocerlo como otro. Sin fijarme, al bailar potenciar lo existente permitiría enraizarme en lo propio, en la posibilidad de ser.

Dar peso, cargar, ser liviano, mirar, poder ser menos importante. Vivo este lugar dentro de la obra como un registro consciente con el que dialogar y no como una amenaza. Bailar con la sensación de expansión al desplegar el cuerpo, el placer de hacer valer lo pequeño, encontrar una manera de estar en la propia forma. ¿Qué tipo de danza ofrezco?

Palpito esa intermitencia cada vez que empiezo a moverme, sin saber muy bien hacia dónde voy pero sí sabiendo desde dónde. Reconozco ese “dónde” y espontáneamente se arma una estructura orgánica donde el otro también pueda verme. En las prácticas, el yo se vuelve un nosotros, donde lo singular no desaparece sino que por el contrario, se potencia.

 

Redescubrimiento.

En todo proceso de apropiación de un lenguaje puesto en obra, el diálogo con el otro es constitutivo. En esta línea, Gabriela Milone afirma que la relación con el otro que hace estallar el tope de la totalidad. El otro es la diferencia y la separación (DELEUZE, 1972). “Cuando el otro se hace presencia, e interpela fuera de toda representación que le conjure la alteridad en el recuerdo, entonces la invitación es el diálogo” (MILONE, 2003: 69). Tanto en el proceso como en la obra, el diálogo constituye la forma de contacto. 

Mis compañeros estaban ahí para recordarme todo lo que hay más allá de lo que uno vivencia al bailar. La danza se construye con el otro y con lo otro. El movimiento recíproco permite la fluidez, la paridad y la diferencia. La identidad se construye desde la alteridad, permite un modo subjetivo de bailar –plenamente- ya que “el desbordamiento del instante, la inquietud que provoca lo indeterminado (...) el movimiento es encuentro, re-encuentro en el pensamiento no pensante” (MILONE, 2003: 70).

Pienso que lo íntimo tiene un lugar sagrado al bailar y también de fácil acceso por medio del contacto. El límite de la piel como puente hacia uno mismo y hacia el otro, vuelve el territorio de lo personal un lugar de despliegue. Reconfigurar mi identidad al bailar, reconociendo todos estos yoes que habitan en mí. Simplemente: bailar con el sentido más simple y más profundo que esta palabra conmueve.

Como pasajera en trance, intento captar el instante, recuperar algo de lo que los que nos dedicamos a la danza –tanto en la teoría como en la práctica- nos olvidamos. Bailar se parece más al momento genuino cuando bailaba de niña pero con otras miradas, otros lugares y otras herramientas.

El GEAM como espacio de formación nos entrena para “cazar” momentos de danza en cualquier momento, por fuera y por dentro de la escena (junto a Sandra Reggiani, su directora, fiel a la teoría de la grupalidad planteada por la Expresión Corporal). Gustavo por su parte, fue ocupándose especialmente de encontrar profundamente en cada uno de nosotros una organicidad más propia y potente. 

Irradiar lo singular y volver a escribir. Escribir: una profunda transformación del-o inconsciente. Bailar lo íntimamente sagrado en el cuerpo. Volver a descubrirse. 

 

Lecturas recomendadas:

SCARANO, Laura. 2007. Palabras en el cuerpo. Literatura y experiencia. Buenos Aires, Biblos. 

STOKOE, Patricia. 2005. Qué es la Expresión Corporal. Buenos Aires, Lumen.

UNAMUNO, Miguel de. 2007. Niebla. Buenos Aires, Editorial Losada. 

 

Bibliografía

DELEUZE, Gilles. 1972. Repetición y diferencia: Introducción. Barcelona: Cuadernos Anagrama, Traducción Francisco Monge.

MATOSO, Elina. 2005. “Los diversos significados de movimiento”. En: Revista Kiné, Nº 69, Buenos Aires. 

MILONE, María Gabriela. 2003. Héctor Viel Temperley. El cuerpo en la experiencia de Dios. Córdoba, Ferreyra Editor.

 

Este articulo fue originalmente publicado en la antigua plataforma web de Segunda cuadernos de danza ISSN 22508708.

Fecha de publicación original: 26/08/2014

 

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