La pérdida de la sospecha Después de una despedida del verano en cuarentena, de un otoño en confinamiento y un invierno de encerrona, de lo único que estamos seguros frente al COVID-19 es que nuestra sabiduría es socrática: sólo sabemos que no sabemos nada. Cuando el contacto se prohíbe por temor al contagio, lo único palpable es el biopoder. El siglo XX tuvo experiencias atroces, que no fueron más que experimentos sobre cuánto eran disponibles los cuerpos. Guerras, innumerables guerras, que consumieron vidas en pos de una carrera tecnológica que hoy se agita como pesadilla en la vigilia, pero sobre todo, en pos de una tecnología gubernamental que demostró que en todo momento, en cualquier circunstancia, se puede decretar el estado de excepción y sustraer todos los derechos. Nuestros cuerpos, nuestros gestos y nuestras posturas, sobre todo nuestras posturas, están a merced de la administración biopolítica. En este punto sólo puedo decir que el coronavirus me cae gordo. De un plumazo toda mi biblioteca se vino abajo, o como sabe decir esa frase popular, bien utilizada por Mansilla cuando se…