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Domingo, 28 Abril 2013 00:03

CMMN SNS PRJCT, o la apuesta de las vocales.

Escrito por Ignacio Gonzalez

Y aquí, surge la pregunta fundamental: ¿De quién es la propiedad?

CMMN SNS PRJCT es una ¿obra? de Laura Kalauz y Martin Schick que plantea en un proceso de reflexión permanente con el espectador la cuestión de la propiedad privada en el ámbito no sólo de lo extra-artístico, sino en el interior mismo del proceso creador.

(1) Apelando a cierto juego cortazariano, aconsejamos al lector que no haya asistido aún a la función y no conozca previamente de qué va la obra,  leer  a partir de aquí, directamente, el texto subrayado.

Ahora bien, el nombre de la obra, ¿no señala ya un robo, un robo que ya fue perpetrado? ¿A dónde se llevaron las vocales? ¿Con qué llenar esos espacios, qué otras opciones son posibles? ¿Es necesario buscar un sentido a partir del más aplastante sentido común, o la obra propone un esfuerzo para pensar -al menos- el sentido común mismo? ¿Hay algo más propio que un nombre? ¿Cómo apropiar -con derecho- aquello que parece resistir ser nombrado? Evidentemente, la obra plantea innumerables interrogantes desde el momento mismo en que, al ingresar a la sala, los performers reciben al público en ropa interior.

Una vez que los espectadores se ubican en sus asientos, se escucha por primera vez una pregunta que, inevitablemente, al mismo tiempo que abre un espacio de competencia exige una respuesta de alguno de los espectadores, de varios a la vez o de todos juntos: “¿Quién quiere esto?”. Salvando alguna excepción, la respuesta misma exige un “yo” que singulariza al individuo y lo separa del resto. En la velocidad en tomar la palabra se define el futuro propietario del objeto (y también la integridad del objeto mismo). Una vez entregados todos ellos, en un ida y vuelta, los performers apelan a la “solidaridad” del público para vestirse (no hace falta decir que más de un espectador queda sentado en su butaca sin pantalón, por ejemplo). 

A medida que la obra avanza, los espectadores interactúan no sólo con los performers que continuamente abren nuevas preguntas, sino también entre ellos mismos, estableciendo y reflexionando sobre sus propias relaciones.  Lo lúdico se presenta como la forma de este encuentro, en las propuestas que no paran de sucederse.

“¿Qué obra es ésta?” se le pregunta a los espectadores, y la tensión entre ficción y realidad se manifiesta para ingresar a una nueva propuesta de juego: los performers, a través del procedimiento de la cita, “interpretarán” –representarán, actuarán- distintas escenas de obras de teatro, de libros o de películas, y los espectadores deberán adivinar el nombre de aquella a la que se refieren. Repetirán, incluso, la escena la cantidad de veces necesarias hasta conseguir que alguien del público acierte.

A los espectadores que logran descubrirla, les entregan un número para un sorteo que se realizará hacia el final. Pero si la obra propone indagar en las profundidades del “sentido común” y nuestras relaciones económicas, materiales, de propiedad, también abre un espacio de posibilidades increíbles y lo que suponíamos que “debería suceder” se trastoca. La reflexión sobre las relaciones económicas, es explícita cuando uno de los performers pide dinero a los espectadores, una suma menor, unos centavos.

Allí, en vivo y en directo, la lógica del financiamiento se presenta simple e ilógica: a quien “presta” los primeros centavos, el performer promete devolverle el doble, pero para ello debe pedir esa suma a otro espectador, y una vez que la recibe, cumple con su primer acreedor pero inmediatamente debe responder al segundo, prometiéndole el doble de esa suma que consigue de otro espectador… La multiplicación en cadena continúa hasta finalizar (como no podía ser de otra manera) con un “vale” que cobrará el último de los acreedores al concluir la función.

Regalar objetos, deberle dinero al público, ¿no es, acaso, evidenciar también la lógica de cierto arte que intenta conformar al espectador, darle lo que quiere, en su propio detrimento? En una crítica al sesgo del propio pensamiento especulativo del espectador (al poder observarse a sí mismo en sus comportamientos, e indagar las causas de una ganancia en particular) y del sistema en sí, el final se abre en un espacio propositivo: ¿qué hacer (y por lo tanto dejar de hacer) con el dinero recaudado en la función, luego de notar que en el balance el saldo es positivo? ¿a quién pertenece ese dinero?¿por qué? ¿cómo decidir?) 

Pero la obra es más radical. Y si de las relaciones de propiedad se trata, qué mejor que rematar los derechos a mitad de la función: los performers, ahora, martilleros públicos. Los espectadores, a viva voz y en competencia directa, ya no son sólo público que participa, sino postores. El mejor postor firmará el contrato de compraventa de los derechos de representación –no exclusiva- de la obra (leídos previamente, cláusula por cláusula, a todos los espectadores). Lo interesante del planteo es que estos derechos sólo se venden en cada una de las funciones, y que el comprador, cada vez que decida representar la obra deberá seguir el guión al pie de la letra. Por lo tanto, inmediatamente surgen más preguntas: ¿qué es lo que compra? ¿Adquiere los derechos de una obra incompleta? ¿Incluye el contrato la posibilidad de subastar, a su vez, a su futuro público ese mismo derecho? Es decir, ¿está ese consentimiento? Lo interesante es que, junto al contrato, se le entrega al comprador en un sobre las copias de los textos leídos en escena, un cassette de video con la grabación de lo que se realizó hasta el momento (especialmente por las “coreografías”, “representaciones”, etc.), es decir, se intenta singularizar el contrato por su contexto. Si el contrato es generalmente el mismo en cada función, la función no lo es, por su propia naturaleza. En ese sentido, la intención de  controlar ciertos efectos, desvíos de la “representación”, no es más que para asegurar la particularidad de un acontecimiento irrepetible, y que en sí mismo produce y reproduce las relaciones impuestas por el sistema, incluso sus propios mecanismos legales. ¿Podemos hablar de una obra cerrada, cuando en el interior de ella se abre un espacio, una grieta, que reclama su ampliación y un espacio de posibilidades? ¿o la apertura que se propone ya controla los efectos posibles?¿Puede pensarse el contrato como objeto relacional comprado y vendido únicamente en el interior de la propia obra?

Al apropiar la lógica del sistema, del costo y del beneficio, y mostrarla, evidenciarla de la manera más directa, de lo que se trata es de repensarla y reflexionar sobre nuestros roles y comportamientos en ese marco, en sus supuestos y presupuestos (sus fundamentos, el sentido común que impone, y los cálculos que computa). En esa forma que constriñe, en ese efecto que de alguna manera intenta controlar lo que se escurre, en esos intersticios, hay que intentar escapar del sentido común. Es decir, jugar del mismo modo que con las posibilidades de las vocales. Porque, evidentemente allí, CMMN SNS PRJCT muestra el germen de su potencia y de sus alcances.

 

Un texto para: CMMN SNS PRJCT // dirigida por: Laura Kalauz y Martín Schick

 

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