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Martes, 26 Enero 2021 21:07

Una breve experiencia del movimiento y los encuentros en pandemia

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Marzo de 2020, se hacía oficial el aislamiento social, preventivo y obligatorio debido a la pandemia originada por el coronavirus. Teatros, estudios de danza, centros culturales oficiales e independientes cerrados. Obras, proyectos y clases en relación con el cuerpo postergadas. Ingenuamente, muchos creímos que duraría poco. Pasaron los días y entendimos que las medidas de seguridad durarían mucho más que un mes. 

Pensar en la danza, el cuerpo, su entrenamiento y el contacto físico en este contexto parecía una locura. Conocimos plataformas virtuales en todas sus formas y colores que nos permitieron vernos y escucharnos, pero el contacto físico como lo usábamos y entendíamos pasó a ser una especie de tabú. Algunes nos negábamos a no estar presentes cara a cara, cuerpo a cuerpo. 

Aun así, muches investigadores del movimiento apostaron a creaciones en cuarentena, a clases virtuales y prácticas que debieron ajustarse al nuevo contexto sanitario. No íbamos a dejar de movernos, no podemos dejar de movernos por necesidad económica o por el simple hecho de seguir activos. Tuvimos que aprender y entender otras formas de contacto y reflexión. 

Quiero destacar el inmenso trabajo de les maestres y artistas que se animaron a abrir sus prácticas, a dictar clases y a seguir contra todo lo que la crisis pandémica llevaba consigo. Desde mi experiencia, más allá de los bajones anímicos singulares, hubo una apropiación diferente del material. Una forma diferente de absorber la información y una oportunidad para repensar el movimiento, nuevas lógicas para poder entrenar, bailar, crear en el encierro. Tuve la oportunidad de entrenar a lo largo del año con Andrea Manso, Lucas Flores, Mauro Appugliese y todes los que cada mañana a pesar de todos los contras nos dábamos cita en Zoom para entrenar y pensar el cuerpo. ¿Cómo vamos a sostener este tipo de prácticas fuera de la presencialidad?

Sucedió. Las habitaciones se convirtieron en espacios de prácticas y reflexión. Claramente no era lo mismo, por momentos fue tedioso, sin embargo, hubo que adaptarse. Las colchonetas, pesas, sogas, barras y demás elementos de entrenamiento fueron suplantadas por sillas, colchones, sogas, paquetes de arroz y otros elementos cotidianos que podían ser útiles para el desarrollo de la práctica. Cada sábado despertaba temprano y luego de un desayuno, esperaba las indicaciones y coordenadas virtuales para el entrenamiento del día. En un primer momento las mismas llegaban vía mail, luego las clases se dictaban por Instagram y posteriormente las horas de trabajo se trasladaron a los cuadraditos de Zoom. 

El material compartido en las clases colectivas, en mi caso, pasaron a ser prácticas individuales. Revisando el material dictado en clases veo que fui apropiándome del material inconscientemente, adaptándolo a mis necesidades físicas y artísticas. Además, cada práctica venía acompañada de una sensación lúdica en donde el material enseñado pasaba a una aleatoriedad, se reinventaba dentro de cada individuo, dado su contexto singular y afectado por la pandemia. 

El mismo efecto de adaptación sirvió para la creación. Fue ingeniosa y divertida la forma que tomaron los ensayos y encuentros audiovisuales. Las primeras veces eran charlas, pero había que moverse. Las prácticas de investigación entonces se trasladaron a una interacción con el espacio que cada uno poseía. Inclusive los objetos cotidianos fueron parte de las investigaciones en movimiento. Experimentar con las plataformas virtuales, usar celulares y computadoras para registrar danza, cuerpo e incluso otras voces. El papel y la hoja en mi caso pasaron a ser grandes aliados para poder despegarme de internet, pero aun así seguir anotando o bocetando información. 

En cuanto al encuentro con otros cuerpos. Sucedió desde la escucha. Las palabras, las experiencias y crónicas en relación al cuerpo sonaban como un radioteatro y se hacían carne. La sensibilidad con la que los relatos en relación al cuerpo fueron reconstruidos era emocionante, desde clases hasta ensayos. Incluso tuvimos la oportunidad de encontrarnos con otres a miles de kilómetros, compartiendo prácticas que se compusieron entre cuerpos locales, federales e internacionales. 

Como mencioné antes: no fue lo mismo. Nunca será lo mismo, una amiga y aliada en el movimiento decía: “Mientras más veía a la gente por Zoom o videollamada más ganas de abrazarlos me entraban”. El espacio físico del teatro y/o las salas de ensayo nos dan un marco de protección y permisividad que un living, quizás no. Ciertamente trasladar una lógica tal cual a un espacio reducido e individual no iba a funcionar. Entonces, ¿por qué no amigarse con lo virtual y apropiarnos de nuevos espacios? La forma de hacer danza y pensar el cuerpo están en jaque hace bastante tiempo. Ahora se le suma una crisis de tipo sanitaria. Ante este escenario de incertidumbre, hoy en diciembre de 2020, tengo un par de preguntas: ¿hemos aprendido algo del hacer escénico y lo virtual? ¿Cómo se mide la cercanía de los cuerpos en este contexto? ¿Cuál es el nuevo espacio de apropiación del cuerpo? Son preguntas que necesitan fermentar y encontrar en otro texto su voz. 

Volviendo a mis aprendizajes durante la pandemia, creo que es posible la creación en aislamiento, entrenar, bailar y componer. Sin embargo, es inútil pretender que los elementos que nos atraviesan en las prácticas “normales” sean usados de la misma manera en un contexto de cuarentena. Debemos entender que los tiempos son otros y el espacio es diferente. 

Cuando todo el caos apacigüe espero podamos encontrarnos con algo nuevo. Ser capaces de apreciar el contacto con otres y saber cuán valioso es el tiempo de reflexión. Decantar lo aprendido desde las experiencias y continuar amigándonos con las tecnologías para que en un futuro si otra pandemia nos azota seamos capaces de movernos con más fuerza.