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Martes, 07 Febrero 2023 13:31

Aprendizajes del contacto. Danza, sexo, educación

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A menudo los disciplinamientos corporales son asumidos como parte de los procesos educativos, mostrando cómo la falta de reflexión fortalece los dispositivos normativos que operan de maneras naturalizadas, casi invisibles sobre las corporalidades que hacen y se hacen en los espacios educativos. El cuerpo, sus experiencias, sus fluidos, sus deseos, el contacto, las violencias archivadas en la carne, lo no dicho o lo silenciado, se encarnan en nuestras existencias e impactan de modo definitivo sobre procesos cognitivos y de aprendizaje. 

Dentro de los miedos que suscita el cuerpo en la educación, el miedo al sexo es uno de los más ardientes. En parte este temor es consecuencia de su indefinición: las experiencias sexuales no son dicotómicas sino que forman parte de un continuo donde se ponen en relación diferentes tipos de contacto corporal e intercambios afectivos. Los intentos de separar al erotismo y las prácticas sexuales de los espacios educativos precisan hacer de cuenta que dichos matices no existen y que basta con declarar su separación para que esta se materialice (con las correlativas sanciones en caso de incumplimiento). 

Soy estudiante y docente de danza en el ámbito universitario e independiente desde el año  2000 y, a la vez, soy artista y performer de la danza, lo que genera cruces múltiples con diferentes comunidades de colegas, estudiantes y maestrxs. Si por un lado las experiencias de formación autogestionada me acercan a espacios donde los parámetros de convivencia y contacto están en permanente discusión/construcción colectiva - generando la necesidad de reflexionar situación a situación sobre las relaciones que vamos componiendo - por otro, ser docente en el ámbito universitario y de la educación formal me pone en contacto con normas, lógicas y jerarquías que, lejos de operar caso a caso, se traducen en la normativización e institucionalización de roles. 

En las artes escénicas contemporáneas, la desnudez, las prácticas que miradas de afuera pueden ser rápidamente identificadas como sexuales (y a veces lo son), el contacto sin exclusión de los órganos sexuales y también el erotismo como materia performativa o de investigación, son partes aceptadas y legitimadas. Aunque cíclica y aleccionadoramente suceden escándalos, es imposible enseñar o hacer danza contemporánea - sea o no en un contexto formal - sin que la gente se toque o que haya semidesnudos o desnudos. 

Esta es una reflexión desde la docencia de la danza, un lenguaje que se pone en contacto y en problemas a través de sus prácticas, para pensar algunas preguntas incómodas en torno al trío cuerpos, sexo y educación. Preguntas que han emergido en espacios de contaminación entre roles, prácticas, experiencias, corporalidades. Preguntas que ponen en contacto obras, clases, cursos, lecturas, afectos, conflictos, confusiones, deseos, zonas grises, dudas, fracasos e intentos.  

Episodios de desorientación

Hace años que trabajo como artista y docente en el campo de la danza y el arte contemporáneo. Pero, fue en los últimos años que empezaron a aparecer preguntas urgentes sobre la relación entre los cuerpos en situaciones que vinculan lo pedagógico, lo artístico y lo sexual. El arte contemporáneo insiste en afirmar que la política de la estética no es otra política sino la misma que, a su vez,  disputa las coordenadas sensibles que regulan el campo social. Eso haría de nuestras prácticas artísticas y de docencia, más que territorios de excepcionalidad, espacios intensificados donde producir afectividades transformadoras de las vidas con las que esas prácticas entran en contacto, y viceversa. 

Dado que dentro del arte contemporáneo cualquier trasgresión es permitida sin despertar mayores reacciones, lo cual neutraliza las chances de que acciones potencialmente transformadoras tengan cualquier tipo de impacto social, ¿qué sucede en los ámbitos educativos en general y especializados en arte contemporáneo en particular? ¿Qué diferencia hay entre prácticas artísticas, prácticas educativas y prácticas sociales? ¿Qué sucede en las zonas indeterminadas de prácticas colectivas disidentes que se resisten a ser encuadradas? ¿Qué lugar hay para estas permeabilidades en un momento en que la educación pública está bajo ataque y vigilancia y en que bajo el argumento de laicidad y de combate a la “ideología de género” se impone un borramiento del cuerpo y del contacto de los espacios pedagógicos? ¿Qué experiencias vividas y encarnadas podemos llevar a clase o, mejor dicho, cómo podríamos no llevarlas? ¿Qué relaciones existen entre educación sexual y formación en danza? ¿Qué lugar tiene la educación sexual y que lugar tiene el sexo en la educación en danza? ¿Por qué abordarlo? ¿Por qué unos contenidos y no otros? Lo que se pone en juego no es sólo qué se puede o qué no se puede dentro y fuera de la institución, sino un montón de preguntas éticas, pedagógicas y sexuales sobre la docencia en danza en tanto trabajo afectivo, político y sexual. Y también en qué entendemos por sexo, por deseo, por erotismo y por placer sexual. 

La relación con movimientos de disidencia sexual, las lecturas que circulan mano a mano entre amigues, los encuentros, las marchas, las fiestas-marcha, la confrontación mediática e inmediata con fuerzas reaccionarias y sus violencias, fueron en los últimos años transformándome profundamente. Hoy,  me resultan inseparables formas de vida con pensamiento político. Si las prácticas teóricas y la vida política fueron mutando la cotidianeidad, las experiencias también iban modificando las preguntas de investigación, los temas de interés, las bibliografías, los títulos, los congresos, las redes de amistad y contención, las formas de gozar, las relaciones con la(s) familia(s) y, obviamente, mis prácticas como docente y artista. 

Compartir espacios de militancia, ocio, formación o creación con personas que en algunos marcos son tus estudiantes y en otros tus amigxs o colegas; ser maestrx y encontrar a xadres de tus alumnxs en las más diversas situaciones, salir con la misma persona que una estudiante, compartir un colectivo poliamoroso con gente que antes/después/durante estudia donde das clase, discutir textos y estudiar obras que piensan al cuerpo por fuera de miradas patriarcales o heteronormativas, compartir fiestas con estudiantes, compartir prácticas que involucran la sexualidad con objetivos artísticos o pedagógicos; son algunas de las experiencias que ponen en conflicto la separación aséptica entre los cuerpos que participa(mos) de vínculos educativos.  

 

Muchas veces me pregunto cómo las experiencias sexuales modifican el pensamiento sobre el cuerpo y por ende las prácticas docentes y artísticas en danza. Si en tanto artista y docente puedo observar cómo las experiencias que vivimos se nos pegan al cuerpo, es confuso saber cómo manejar esas mixturas en instituciones educativas con altos grados de normatividad sobre las proxemias y contactos corporales. Y es que declarar que queremos una educación que no le tenga miedo al contacto entre los cuerpos es difícil con un historial repleto de abusos sexuales por parte de docentes de todos los niveles educativos. Otro desafío consiste en que las actitudes prosexo no terminen por confundirse con alonormatividad, o sea la obligación muchas veces implícita de tener deseo o actividad sexual a riesgo de ser marginadxs por nuestrxs propios pares. Quizá la complejidad radique en que al mismo tiempo en que reclamamos la importancia de algunas libertades en nuestras prácticas así como en nuestras formas de pensar, también vemos cotidianamente cómo estos espacios son usados para ejercer diversos tipos de violencia sexual, violencia machista y otros mecanismos basados en la jerarquía del rol docente sobre los cuerpos de les estudiantes. Lo sé porque fui estudiante.

Abordar este tema no es fácil. Como docente reconozco que el dúo sexo y educación es difícil de verbalizar y también de discernir. Cada vez que me acerco a una semicerteza, aparecen situaciones y argumentos que complejizan el panorama. Ser pro sexo no implica dejar de reconocer los límites, dudas, conflictos que como docente aparecen frecuentemente articulando decisiones en los bordes de las vidas personales y profesionales. Por el contrario, se trata de la necesidad de una educación que acepte hablar de sexo. El silencio se vuelve demasiado a menudo sinónimo de prohibicionismo y aunque la mirada conservadora se autopresente como “preventiva”, bajo su régimen no dejan de existir cuerpos que intentan ser disciplinados.  

Pero, ¿qué pasa entonces cuando se superponen atracciones sexuales con procesos de intercambio intelectual o artístico entre estudiantes y docentes? ¿Qué diferencia a la atracción de la atracción sexual? ¿Es el vínculo docente-estudiante el que prima por todos los demás en relaciones complejas donde más de un rol está en juego? ¿En qué se diferencian los límites que se le pone al sexo de otros límites éticos y políticos mediando en relaciones pedagógicas? ¿Es el prohibicionismo la única alternativa para la prevención de abusos sexuales en contextos educativos? ¿Es posible prohibir el erotismo? ¿En qué se diferencia un docente abusador de una docente lesbiana que sale con une estudiante 15 años menor? ¿Es condenable una relación sexoafectiva consentida entre un docente de 60 y una estudiante de 30? ¿Es el consentimiento el único parámetro válido para evaluar si relaciones de violencia sexual, poder o jerarquía, están siendo ejercidas en vínculos,  sexuales o no, entre docentes y estudiantes? ¿Es excluible el erotismo en  procesos de tutoría de creaciones postporno o BDSM? ¿Qué pasa cuando la fiesta es tomada como práctica por el arte contemporáneo? ¿Qué acuerdos u orientaciones podrían integrar a la sexualidad con sus complejidades y potencias sin omitir la creación de mecanismos de (auto)cuidado? ¿Cómo componer con el deseo? ¿Hay que esperar que se filtre y viralice una escena sexual o ser acusadxs de pervertidxs para ponernos a pensar en el lugar del erotismo en nuestras prácticas, lenguajes y ámbitos educativos? 

Sexo y pensamiento heterosexual 

Hace unos meses, recordando una performance de val flores, homónima de un texto de Berlant y Warner titulado “Sex in public” (Sexo en público), recordé también a Clare Croft, la primera docente en acercarme en 2011 textos sobre danza y disidencia sexual y (no casualmente). Clare fue la primera docente que tuve en mi vida que se posicionaba pedagógica, política y sexualmente en clase como lesbiana. Si su lesbianismo era el motivo de su línea de investigación o si su línea de investigación había transformado su orientación sexual no importa. La cuestión es que demasiado a menudo lo que experimentamos íntima, sexual y corporalmente es constitutivo de nuestras formas de pensar, de las preguntas que nos movilizan. Que la sexualidad no sea un tema abordable académica o pedagógicamente para muchxs docentes y que entre quienes hacen del sexo parte de sus temas pedagógicos haya una gran mayoría de personas disidentes de la heteronorma, tampoco es casualidad. 

Warner y Berlant1 abordan el modo en que el sexo es mediado por lo público ya que, aún cuando lo público no tiene una relación obvia con el sexo (como en el caso del cine porno o shows de stripers, etc), el sexo organiza una multiplicidad de relaciones que no pasan necesariamente por actos sexuales. Se trata del despliegue de zonas cuir que producen extrañamientos. Cito un fragmento:  


 

La heterosexualidad no es una cosa. Hablamos de cultura heterosexual más que heterosexualidad porque esa cultura nunca ha sido más que una unidad provisional. (....) Cuando decimos que USA contemporánea está saturada por el proyecto de construir una heterosexualidad nacional no queremos decir que la heterosexualidad nacional es una simple monocultura. Las hegemonías son alianzas elásticas, involucrando estrategias dispersas y contradictorias para el automantenimiento y la reproducción. La cultura heterosexual consigue gran parte de su inteligibilidad metacultural a través de las ideologías e instituciones de la intimidad. Queremos argumentar aquí que aunque las relaciones íntimas de personas privadas parecen ser la verdadera sexualidad, al hacer que el “sexo en público” aparezca como un tema fuera de lugar, la intimidad en sí misma está mediada públicamente, en muchos sentidos. Primero, su espacialidad convencional presupone una diferenciación estructural de la “vida personal” del trabajo, la política, y la esfera pública. Segundo, la normatividad de la cultura heterosexual vincula a la intimidad solo con las instituciones de la vida personal, haciendolas las instituciones privilegiadas de reproducción social, acumulación y transferencia de capital y/o desarrollo personal. Tercero, al hacer al sexo meramente irrelevante o meramente personal, las convenciones heteronormativas de la intimidad bloquean la construcción de culturas no normativas o culturas sexuales explicitamente públicas. Finalmente, estas convenciones conjuran un espejismo: el de un hogar para una humanidad prepolítica desde la cual lxs ciudadanxs son adiestradxs para participar del discurso político y al cual se espera que regresen en un (siempre imaginario) futuro posterior al conflicto político (1998/ 2003: 4-5). (1)


¿Qué efectos tiene la cultura heterosexual como organizadora de cuestiones que involucran desde las distancias o proximidades entre los cuerpos, las bibliografías que se consideran o no relevantes, lo permitido o no en los vínculos docentes-estudiantes, las performances de género realizadas, exigidas o esperadas en diferentes situaciones? Buscar una única respuesta que aplique a relaciones siempre diversas y singulares es aplicar una lógica punitiva que se aleja del entrenamiento sensible y político necesario para construir alternativas a la hegemonía heterosexual. 

Siguiendo la línea de Warner y Berlant, el pensamiento heterosexual puede estar vivo incluso entre personas no heterosexuales; no se trata (solo) de con quién cogés, sino de estructuras afectivas, políticas y éticas que organizan visiones de mundo.  Como dicen les autores, el proyecto queer que imaginamos no es solo para hacer lugar a la vida sentimental de las parejas del mismo sexo y tampoco para garantizar la privacidad de las vidas de gays y lesbianas, sino para apoyar formas de vida afectiva, erótica y personal que son publicas en el sentido de disponibles a la memoria y sostenidas a través de acciones colectivas. En ese sentido retomo el argumento de les autorxs, no para hacer de la anti-heterosexualidad un posicionamiento, sino para notar cómo la “cultura heterosexual” da respuestas y crea normas que van mucho más allá de la configuración de encuentros y relaciones sexuales. No me refiero a “heterosexual” como sexo o convivencia entre hombres y mujeres, sino al régimen de la heterosexualidad obligatoria y su cultura, con el deseo de argumentar sobre la necesidad de que este régimen sea sustituido por otras formas de convivencia que no excluyen al contacto entre hombres y mujeres, con una mayor diversidad para crear formas de componer cuerpos y relaciones, también en la educación. La critica queer a la heterosexualidad no es igual a una “homosexualidad obligatoria” pese a lo que las voces conservadoras quieren hacer creer. 

Erotismos del entre 

Yendo a fiestas fuera de Montevideo - ciudad donde comparto el espacio de la noche con muchxs estudiantes - logré percibir cuán reprimida me siento en estos ambientes y cómo me ha afectado en vínculos sexo-afectivos la proximidad entre roces eróticos y vínculos pedagógicos. Habito una distancia generacional relativa con mis estudiantes (algunxs menores, otres pares, otrxs más grandes). Pero el factor que nos acerca no es tanto o sólo cronológico. A la cercanía de edad se suman otras proximidades que tienen que ver con ser compañerxs del desarme de las normatividades impuestas por el régimen heterosexual que en particular impulsa 3 proyectos entrelazados: la monogamia; la separación entre espacios privados y públicos que presupone cierta ausencia del cuerpo en los espacios educativos; y la definición de la orientación sexual y de la identidad de género de modo inteligible y estable, incluso declarado ante las instituciones.

La modalidad de proximidades y contactos entre docentes y estudiantes implicadxs tanto en comunidades disidentes como en comunidades  de la danza (a menudo muy pequeñas), vienen dadas porque al desviarnos del régimen que regula nuestras sexualidades  nos encontramos mucho sin obedecer a esa proxemia heterosexual que distancia y clasifica los vínculos. La proxemia heterosexuall aisla lo sexual para que suceda un sólo tipo de arreglo, negando o prohibiendo al erotismo implicado en diversas situaciones, prácticas y relaciones sociales. 

¿Cómo sobreviven prácticas vinculadas a la exploración del cuerpo desde abordajes críticos de las normatividades biopolíticas centradas en la heterosexualidad así como a la neutralización de cualquier modo de sexualidad no normativa en los espacios educativos que transitamos? ¿Qué efectos tienen los castigos institucionales y los escándalos mediáticos como formas de disciplinamiento aún vigentes sobre las disidencias sexuales que se manifiestan dentro y fuera de las aulas?

Cuando no nos pronunciamos ni visibilizamos identidades disidentes, somos dadas por hecho como heterosexuales. En especial en el espacio educativo la heterosexualidad es lo universal, la categoría in-marcada y la que es dada por hecho salvo que se demuestre lo contrario. Es la orientación sexual “natural” (2)  y, por ende, la que según el discurso conservador puede ser profanada por las identidades disidentes, exigiendo como correlato que esas prácticas “desviadas” queden en el espacio privado, en lo posible sin manifestarse en las formas que nos vestimos, peinamos o hablamos (al punto de existir una persecución al lenguaje inclusivo). 

Docentes de secundaria sumariadxs por su comportamiento en redes sociales, investigaciones internas disparadas por la presencia de pezones de un cuerpo no auto-identificado como femenino, cancelación y postergación de clases, cursos o eventos porque contienen prácticas inoportunas o inadecuadas, aislamiento de personas o colectivos, la amenaza como vehículo de la introyección de la censura…. Mientras una retórica de los derechos jura que existe el espacio para las diferentes identidades en los espacios educativos, el problema parecería ser la mera presencia de la sexualidad cuando ésta aparece tematizada o expresada por cuerpos no normativizados. O mejor dicho, el problema quizá es la irrupción del cuerpo en el espacio público. ¿En qué condiciones puede un cuerpo aparecer en un espacio común? ¿Qué puede o no hacer, decir o sentir un cuerpo en un espacio como el educativo? ¿Puede un cuerpo no sumiso a la heteronormatividad o difícil de catalogar en alguno de los casilleros identitarios validados, aparecer en el espacio público? ¿Y en el educativo?

Es cada vez más frecuente ver el argumento de la laicidad asociado a la persecución de la “ideología de género”. En un giro más que retorcido de los argumentos, la reacción logró asociar la libertad de expresión con la exclusión de los espacios públicos de cualquier tipo de disidencia sexual o de género. ¿Qué significa y cómo funciona esta captura de lo público mediante procesos de esterilización de los erotismos implicados en muchos procesos de aprendizaje o creación? ¿Por qué cuando un espacio es “de todxs” está mal visto que se hagan visibles las singularidades y diferencias? ¿Qué implica esta asociación de lo común con el régimen heterosexual como grado cero o denominador común de los espacios de formación y producción de conocimiento?

A veces la guerra mediática y el linchamiento virtual son tan duros que elegimos no responder en publico para no “hacerle el juego a la derecha” y en ese mismo acto nos autocensuramos excluyendo de nuestras prácticas docentes todo aquello que podría ser tomado como “pervertido”, cuestionable o tergiversable. ¿Qué consecuencias tiene a la larga esta evasión del conflicto a través del auto-silenciamiento o la moderación? 

La paradoja es que por ambos bandos se llega a conclusiones similares. Desde una perspectiva disidente, no podemos ni queremos dejar fuera del aula nuestras experiencias sexuales, afectivas, nuestras corporalidades. Desde una perspectiva conservadora, incluso estando fuera de clase unx docente no debería hacer públicas sus conductas sexuales (salvo que sucedan en vínculos monógamos heterosexuales). Ambos argumentos señalan que para la profe no hay “afuera” de la institución; o bien porque deseamos y creemos en llevar lo vivido a las prácticas pedagógicas y porque los aprendizajes que deja la experiencia hacen al cuerpo de nuestras docencias; o bien porque cuando una está “fuera” se lleva inevitablemente la vigilancia institucional engrapada a la mochila. No podemos sino pensar estos espacios como integrados y quizá tomarnos tiempo para observar no sólo qué estamos enseñando sobre los cuerpos sino también cómo el cuerpo no se toma licencia, y sigue enseñando sin atender a actas, horarios o amonestaciones. Y es que las prácticas sexuales no son algo “del cuerpo”; afectan a nuestras sensibilidades y percepciones del mundo de modo profundo. ¿Cómo excluirlas entonces de las preguntas sobre cuerpo y educación?  ¿Cómo hablar de disidencias sin hablar de sexo? 

La reivindicación del derecho a la privacidad y la libertad de expresión son caminos explorados como herramientas de autodefensa ante las instituciones que sin embargo vienen mostrando sus limitaciones. Quizá sea interesante retomar los intentos de desbancar a la cultura heterosexual y sus pedagogías corporales del miedo al sexo en tanto fuerzas hegemónicas que siguen legislando, sancionando y queriendo capturar nuestras intimidades públicas. 

 

Algunas de estas reflexiones emergen de la ronda de conversación Ponerle el cuerpo a las pedagogías realizada el 26 de noviembre de 2022 en la Plaza Seregni. 

 


 

NOTAS

(1) Traducción propia. El texto se encuentra en español en el libro “Sexualidades transgresoras” de Rafael Mérida Jimenez.

(2) Dice Monique Wittig en “El pensamiento heterosexual”: “Y por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el «hombre» y la «mujer». (2006: 44)

 


 

BIBLIOGRAFÍA

Berlant, L., & Warner, M. (1998). Sex in public. Malden, Oxford & Melbourne: Blackwell 2003 

flores, v. Sexo en público. 2019. Museo provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti.  

Lang, S. "Intimidad de lo común" Investigación escénica de Silvio Lang. 

Wittig, M. (2006). El pensamiento heterosexual. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, 45-57.

 


 

Lucía Naser

Lucía Naser. Docente militante, artista investigadora. Sigo creyendo en el potencial político de las prácticas artísticas disidentes como herramientas de (auto)transformación. En colaboraciones mutantes - a veces artísticas, a veces militantes, a veces afectivas, a veces mestizas - invento prácticas, obras, textos y estrategias pedagógicas en diálogo con un mundo en crisis. Actualmente integro los colectivos La Liga Tensa y Fugas. Algunos de mis textos se encuentran aquí: http://juntandonotas.blogspot.com.uy

 

 

 

 

 

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