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Lunes, 04 Septiembre 2023 19:37

Yo, la piedra y lo que se soltó del cuerpo con la travesía

Escrito por Raira Rosenkjar

Cómo citar este artículo. 

Rosenkjar, Raira (2023) Yo, la piedra y lo que se soltó del cuerpo con la travesía. Cuadernosdedanza.com.ar ISSN22508708. Publicado: 4 de septiembre. 

Hoy al verte en escena me acordé del ejercicio que hicimos en clase de Isabel de Naverán. Tú llevaste una imagen de una mujer cargando una piedra, te movías despacio, la acción era casi de inmovilidad. Era como si te hubieras convertido en piedra. Me dijo una amiga después de asistir a la función del proyecto en el que participo actualmente. Le contesté: Me alegra saber que sigo acompañada por la misma imagen. Me alegra que se pueda percibir.

 

 

Marzo de 2020, São Paulo.

Es cuarentena, estoy en casa de mis padres. Paso el dedo por mi móvil, por las actualizaciones de Instagram. Una foto de la Fundación Proa sostiene el momento, petrifica mi mirada. Es un anuncio de un curso online impartido por la institución sobre fotógrafas argentinas. Una mujer carga una piedra. No me reconozco en la mujer. Sin embargo, veo la piedra y reconozco en ella una filiación. 

Es la primera vez que la veo. De pronto me viene a la memoria el recuerdo de un ex, una relación amorosa pasada. Deseo, rechazo, cariño y asco. La experiencia visual, marcada por la pantalla de mi móvil, electrifica las conexiones del cuerpo. La imagen ahora es mía. Todo es demasiado personal. Es una imagen de 1950. Me gustaría estar en otra cosa, atender otra cosa y no a los caducados dolores y dilemas de las mujeres y el amor. No puedo. Petrificada mi mirada, estoy en la piedra. En la piedra que veo ser cargada monte arriba, estoy en el recuerdo de la relación fracasada. Vergüenza. Una imagen de 1950 que me asalta desde la pantalla en medio de la pandemia. En su libro “I love Dick”, Chris Kraus describe lo que hace a lo largo de la escritura: 


 

Es la historia de doscientas cincuenta cartas, mi degradación, saltando de cabeza al borde del precipicio. ¿Por qué todo el mundo piensa que las mujeres se degradan cuando exponen las condiciones de su propia degradación? (...) Creo que nuestra historia es filosofía performativa. (traducción propia) (p.2015,  2019)


Esto es lo que hacen algunas imágenes: dejan huellas en las conexiones sensibles del cuerpo. Sostienen el momento y, con ello, son un portal. Una imagen de 1950 provoca en 2020 el recuerdo de mis fracasos y me lleva a releer a Chris Kraus en el libro escrito en 1997.

La imagen y quien la mira, la distancia que separa al objeto del observador, que me separa de ella, la distancia que permite que la mire. Casi me olvido de que la experiencia visual es táctil: la aparición toca la córnea y se imprime en el fondo del ojo. El ojo la recorre como las yemas de los dedos recorren la superficie de algo que está demasiado cerca. El ojo tantea los relieves, las fisuras, las fracturas, los caminos y sendas de la piel del fotomontaje.

Según Georges Didi-Huberman en el libro O que vemos e o que nos olha/Lo que vemos y lo que nos mira (2018), el movimiento táctil empieza en un vacío y termina cuando se alcanza un nuevo vacío. Solamente se imprime en el cuerpo lo que se separa de él.

Tantear con la mirada traza el espacio temporal de quién mira y de lo que se mira. Es un acontecimiento singular que abre el túnel de acceso a la memoria, a los negativos de experiencias pasadas donde ella puede pegarse reconociendo una textura, un ritmo común.

“Es mi susto que me mira”. Con este apunte inauguré esta hoja en blanco. Volver al mismo sitio, rascar la superficie de la memoria. La operación no es la de acumular, sino la pérdida que intenta reponer fuerzas en el juego. Así se repite, como Sísifo que sube la montaña con su piedra. Mi mirada distorsiona la imagen para que ella quepa en un mismo campo de obsesión, una especie de ceguera que sólo reconoce.

 ¿Cómo ensayar una nueva posibilidad de mirar?

Si en la piedra reconozco mi imagen y semejanza, la piedra es el punto gravitacional de mi mirada. Buscando nuevas posibilidades de mirar, empiezo ejercitando la posibilidad de destrucción de la piedra. 


Sometí a la piedra a diferentes procesos: la quemé en una hoguera, la golpeé con un martillo, intenté dividirla con una sierra, la estrujé contra un rallador, la puse en una batidora, hice su funeral, la enterré. Para mi sorpresa, fue fácil destruirla. Sin embargo, su destrucción me enseñó que la piedra que yo miraba en el fotomontaje de Stern en nada tenía que ver con esta que destruí. Diferente de esta, la piedra de Stern era símbolo que cobraba sentido por su ausencia: una alegoría fantasmagórica resistente a transfigurarse en materia. 

Después de este ejercicio escribo a mi ex, cómo si él fuera la piedra: 


 

Hoy te busqué y borré el mensaje. Quería decirte que creo que mi quererte aumentó tu no quererte, que tu no quererte aumentó mi quererte. Quería disculparme, no sé bien por qué, pero quería disculparme como un gesto, un intento de reparar, de volver a estar juntos. ¿Cuántos movimientos hacen falta para que tu ausencia sea realmente ausencia? ¿Cuántos movimientos hacen falta para que tu ausencia sea materia, para que esté presente? (Rosenkjar, TFM, p.61, 2022, traducción propia) 


Frente a la resistencia, concluí una obviedad: no era la piedra, sino yo misma la materia sobre la cuál trabajaba. El cuerpo por el cuál la piedra que avistaba en el fotomontaje se encarnaba, se acuerpaba. El cuerpo que la hacía aparecer síntoma. Frente a la imposibilidad de actuar en la piedra, debería de actuar en mí misma. Pero no quería destruirme, ¿o sí? 

Andrea Soto Calderón en el libro Performatividad de las imágenes cita a Judith Butler: “Uno no simplemente es un cuerpo, sino que hace su propio cuerpo. El cuerpo es una repetición de gestos y movimientos que son los que lo van constituyendo.” (p.67, 2020). El tonteo con la posibilidad de destrucción de la piedra o de mi propia destrucción, quizás fuera el deseo por desactivar la repetición vigente, el patrón de la maquinaria que aprisiona las pulsiones, que hace  que el ojo sólo reconozca una misma imagen, una misma ausencia. 

 

Octubre de 2020, Bilbao.

Al mudarme de São Paulo a Bilbao cambió mi comprensión sobre el Norte y el Sur. Escribo: “Con el cuerpo al norte. El sur es el nuevo “norte”. Es cómo tener una brújula insistente en señalar el norte como camino y un impulso contrario al sur. Ganas de perderme.”  (Rosenkjar, TFM, p. 107, 2022)

Traigo la imagen de Stern conmigo. La pongo al lado de mi cama. Ella me acompaña mientras duermo, mientras sueño. En mi sueño hay una piedra. En la superficie de la piedra se acumulan fluidos corporales: sangre, pis, semen. Hay arena y otras sustancias irreconocibles. La superficie de la piedra está hecha de diferentes tiempos y procesos de sedimentaciones. Ella es testigo de los movimientos que presenció. 

En esta misma semana, o tal vez me confunda con las fechas y me las invente, empiezo las clases con Isabel de Naverán en el Máster de Investigación y Creación en Arte en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Cuando ella pide que llevemos a clase una foto sobre la cuál trabajar, no dudo. Propone que elijamos un gesto contenido en la imagen y que hagamos una réplica de este, yo elijo el gesto de la mujer que carga a su piedra. Yo no lo registré en clase, repito el ejercicio meses después. 

 

Junio de 2022,  Calabria.

Es verano y estoy en una playa de Calabria,Italia. Le pido a un amigo que me fotografíe a los 5 minutos de la acción, a los 10 minutos de la acción, a los 15 minutos de la acción y a los 30 minutos de la acción.

Me cuesta sostener el gesto. Estoy encima de piedras y sus superficies no homogéneas hacen que mis pies inicien una especie de danza. El equilibrio es precario. Son las 16h, el sol quema y lo siento en mi nuca. Hay gente en la playa. No muy lejos un grupo de adolescentes pasa junto a mí riéndose, enseguida un barco con dos hombres. Mi atención quiere ir a otra parte, a todo el movimiento que hay en mi entorno. Resisto, vuelvo a imaginar la imagen y a perseguir su huella con la imaginación. Por más que intente sostener la inmovilidad del gesto es imposible. El gesto se ajusta conforme las ganas, el tiempo y el terreno. 

Reafirmo lo que había descubierto meses antes en este mismo ejercicio. Si antes sólo veía la piedra y la imposibilidad de moverse, ahora veo la mujer que arrastra la piedra. Ahora por fin la veo. Veo a Sísifo en su representación femenina, su repetición y la esperanza que en algún momento el gesto sea otro. La esperanza que solo es posible porque hay movimiento, porque la superficie de la acción cambia, el camino cambia y cambia, sutilmente, el gesto, por más que éste se repita, por más que parezca increíblemente familiar. Las imágenes que nos dejan marca, son testigos de la repetición y también lo son de lo inédito de su propia repetición. 

Es probable que la vea así porque me desplacé, porque vine a Bilbao a hacer el Máster de Investigación y Creación en Arte. Mi ex, la relación amorosa fracasada, es la sombra de la mujer que carga su piedra a un territorio diferente y que ahora toma protagonismo.  

Un día de diciembre de 2022, Bilbao.

Hace frío y arrastro mi piedra.

Después de haber probado habitar el gesto del fotomontaje, me entraban ganas de sumergirme en las piedras, de generar más intimidad con ellas, piel con piedra, su peso contra el mío. Fui hasta la ría de Bilbao con mi maleta y la llené con piedras y las trasladé de su hábitat natural al mío, la casa que vivía en aquél entonces. Inconscientemente, rehacía el gesto contenido en el fotomontaje una vez más. Pero, esta no era mi intención. 

Anhelaba sintonizarme con la piedra, sentir su peso, buscar el ritmo común entre las piedras y yo, mezclándome con ellas. Tal vez, la búsqueda de transmutación donde yo me convertiría en piedra y la piedra en mí, el antídoto en contra de la relación de oposición entre la mujer de un lado y la piedra de otro, una especie de juego de espejo e ilusión óptica donde la mujer (yo) y la piedra se confunden. 

 

Las piedras: la superficie. 

Mi cuerpo: lo que está bajo la superficie.

El aliento pone la materia en flujo, como la presión del magma terrestre que de manera invisible choca las placas tectónicas una en contra la otra. El aliento es el tiempo de la piedra. 

Sondeando nuevas maneras de mirar y relacionarme con la imagen, cambiando donde me situaba para volver a mirarla, limando los afectos en este encuentro inicial para alcanzar nuevos afectos, me fui creando y descubriéndome como otro sujeto, un nuevo sujeto que no dejaba de ser parecido a yo misma, que no dejaba de desdoblarse a medida que se dobla en sí mismo.

Lo que nos deja huella es como el  Angelus Novus de Klee, que camina hacia delante con el cuello girado mirando hacia atrás, hacia las ruinas que construyó, tal y como sugirió Walter Benjamin. Un movimiento dividido entre dos hemisferios: norte y sur, entre dos tiempos. Con su ritmo, su respiración. Prestamos para su composición trozos de memorias: antiguas imágenes que hemos archivado en nuestras cuerpas y con las cuáles creamos nuestras cuerpas, gestos, deseos y movimientos.


 

Bibliografia

Benjamin, Walter (1942) Tesis sobre el concepto de Historia y otros fragmentos. Trad. Bolívar Echeverría. Buenos Aires

Bertúa, Paula (2011) Poética de la reinvención: (Auto) cita, apropiación y montaje en la obra de Grete Stern. Papeles de trabajo, año 4, nº7. 

Didi-Huberman, George (2018)  O que vemos, o que nos olha. Trad. Neves, Paulo. Rio de Janeiro, Editora 34, 2ª edição.

Kraus, Chris (2019) Eu amo Dick. Trad. Cardoso, Taís; Galera, Daniel. São Paulo, Todavia editora.

Rosenkjar, Raira (2022) Sair de si, voltar a si: perambulando com Grete Stern. Facultad de Bellas Artes, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea.

Soto, Andrea Calderón (2020) La performatividad de las imágenes. Santiago de Compostela, Editorial Metales Pesados.  

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