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Jueves, 01 Noviembre 2012 20:37

Isolda Isolda (Isolda)

Escrito por Gastón Sanchez

 

Como en cualquier grupo estable, la transformación es tan común como necesaria, sin embargo en la Argentina la renovación de cualquier grupo estable y sobre todo estatal, se concibe con la singularidad de los tiempos conocidos. En medio de estas mutaciones que van de lo general a lo individual, la Compañía Nacional de Danza Contemporánea presentó un nuevo proyecto: el tercero en lo que va del año.

En otoño y en Salta repuso 'Monte, Tierra Cautiva´ de Ramiro Soñez, en invierno Emanuel Ludueña estrenó ´Ensayo sobre el final del invierno´ y Diego Franco lo hizo con ´Río Conmigo´, en primavera Cristian Setién aprovechó la última ´Carta Blanca´ (*) de la Compañía y estrenó ´Isolda Isolda´, y por último, a un mes del inicio del verano y finalizando la temporada 2013, Eduardo Rodriguez Arguibel repuso nuevamente ´La Patriótica´.

´Isolda Isolda´ se desarrolló en el marco de un programa que los directivos artísticos de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea titularon Carta Blanca: espacio que se propone autogestionar producciones de presupuesto acotados.

Isolda es pequeña y menuda, tanto así la intérprete como la obra en sí misma. Ambas; atrevidas y sigilosas, se abren con modestia, reducidas ante las imperiosas dimensiones del escenario elegido; se toman de la mano y nos invitan a aventurarnos en silencio a lo que sucederá.

Todo se inicia con una de las intérpretes, María Kuhmichel, en quien maléolos y manos se exponen sin vergüenza y con osadía cargando el peso del arquetipo sapiencial, imagen que si bien linda entre lo gracioso y lo angustiante, en buena medida exhibe una modesta forma de cómo poder trasportar y sopesar la sabiduría que, en definitiva y con el avanzar de la obra, se sugiere conformarse con lo que está allí, con lo que adviene y que a su vez forma parte del azar y de la necesidad que, en cierta medida, son la sal de la vida y por lo tanto, nos hace falta desear.

En estos términos se confió ´Isolda Isolda´. Inmersa en un contexto henchido de historia como lo es la antigua Biblioteca Nacional, hoy Centro Nacional de la Música y la Danza

Allí, cincuenta y ocho años atrás, Jorge Luis Borges asumía la dirección y curaduría de las obras literarias que en la Argentina proliferaban. Hoy sus anaqueles completamente vacíos son mobiliario de una atmósfera fría y perforada, con olor a madera y mármol.

Ahí mismo, donde Cristian Setién asiste diariamente a su trabajo como integrante estable de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, así mismo estimula su imaginario y en esta oportunidad decide, con mucha gracia y sutileza, hablar del actual rumor de fantasmas nocturnos y sobre todo, seguramente intentando ser fiel a la memoria del lugar: exponer una Isolda modesta que aflora sublime.

Mediando con los espacios posibles y habilitados por los directores del organismo público, dejando a la vista algunos y otros no, Isolda Isolda se empeña en mostrar, cargando en sus manos aunque más pareciera que lo hace con su espalda, el anhelo vigente de lo que el lugar poderosamente tiende a ser: Biblioteca. Recinto que acoge la literatura y el saber de la humanidad, fundiendo diversos tiempos en uno solo.

La escena se despliega sobre una mesa elegante de roble y color ocre, prolongada de libros que se arriman y apilan, se enfilan y amontonan como un juego de piezas chinas, acumulando siglos de amontonamiento automático sin que nadie lo perciba, tornándose así más compacta y menos frágil. La intérprete, cual alimaña de biblioteca, transita esta mutación que va de lo pequeño a lo inmenso, dando pasos en la nada y deshabitando el último piso de una superestructura que, aunque era un edificio sólido, parecía que estaba construido en el aire, simplemente porque ella nunca dejaría de moverse con calma; casi como dominada por la persistencia. En su eterno andar, recorre escaleras, galerías, pasadizos y hasta lo intenta con un ascensor fuera de servicio. Se ve en apuros por llamadas telefónicas inesperadas a la cuales no va a alcanzar atender, revelando el abismo insuperable al que se ve inmersa fruto, quizás, de la rutina o de quién sabe qué, pero que en definitiva la ve naufragando: frágil y confundida. Esto es llevado a cabo con una impecable interpretación de María Kuhmichel que, mediante desplazamientos imperfectos pero precisos, estimula la sonrisa cómplice del espectador que parece disfrutarla. Luego la actividad vuelve a cobrar su estado parsimonioso y gozoso de ser visto. De a poco se desentrañan mundos paralelos, tal vez posibles ¿por qué no? Mundos de locura, alienados por la multiplicidad y la simplicidad de las formas, alcanzando momentos de sublimidad con nada. Absolutamente nada. Con una lámpara que se mueve por ejemplo: con un simple haz de luz en movimiento que sería suficiente para que el tiempo tiemble como un globo quieto. Ó con una música que, innegablemente por su potencia de autor como lo es “Tristan e Isolda” de Wagner, puesta en tiempo y forma por la decisión directiva haga como de himno nacional a las doce y media de cualquier escuela que se dispone a izar una bandera y que en este caso sólo servirá para cortar las amarras del globo. 

Hasta que, finalmente, una Isolda asustada parece desistir a todo y darse cuenta de algo irremediable, advirtiendo, absurdamente, que sólo tendría la posibilidad de salir de allí si encarase frontalmente ese algo que resultaba irremediable. Admitiendo el miedo, quizás, aún consciente de que era una locura creer en un peligro enteramente inexistente pero que, sin embargo, hacía falta creer y por fin asumir que lo que sucedía provenía de un miedo mucho mayor.

En esa trama de sentido, Isolda carga con el oficio y la vocación, sacrifica las distancias y se somete a sus propios miedos. Aquellos miedos que florecen con facilidad en los estados de conciencia más elevados en cualquiera que se vea inmerso en el peregrinaje de las más altas fronteras del conocimiento. En terrenos donde todo es impreciso y la ambivalencia es la dominante, permitiendo así hacerse presente y tomando cuerpo con facilidad la tan temida “locura”. Tópico que en la obra se expone con la sensibilidad y sutileza propia del director, quién se acomodó a los reglamentos de ´Carta Blanca´ y logró exponer una selección de recursos muy acotados para develar una creación preciosa de ver y disfrutar.

Pretendiendo verter más luz sobre el tema, cito al habitante más enaltecido de la antigua Biblioteca Nacional quien me sirvió de vínculo con Isolda Isolda.

El libro de la arena, de Jorge Luis Borges

Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.

Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.

Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México

 _________

(*) Carta Blanca: El espacio aún no está reglamentado, pero tiene como finalidad auto gestionar producciones menores con presupuestos muy bajos, que surgen del deseo creativo de cualquier integrante del cuerpo artístico.

´Isolda Isolda´ fue totalmente financiada y gestionada por el director y los integrantes, pero de alguna manera incluida en la programación oficial. Fue el primer caso de este programa aún poco discutido.

 Un texto para: Isolda Isolda // dirigida por: Cristian Setién - Compañía Nacional de Danza Contemporánea

 

Ficha técnica: Dirección: Cristian Setién / Intérpretes: María Kuhmichel, Magalí Del Hoyo, Yesica Alonso / Asistencia: Martín Gil / Música: Richard Wagner / Fotografía: Ramiro Peri.

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