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Cómo citar este artículo.
Sticchi, Emmanuel  (2024) Mi rostro es la verdadera máscara. Algunas notas sobre "Inauguración" Cuadernosdedanza.com.ar ISSN22508708. Publicado: 10 de enero.

 

So bring all the young perfection
For there us shall surely be
No clothing, tears, or hunger
You can see, you can see, you can be.

The Manson Family

 

Una inauguración de arte puede ser un descenso a los infiernos, un cuerpo extraño puede ser un gran acontecimiento. Inauguración es una pieza performática de la bailarina y coreógrafa Malena Giaquinta que explora mediante la danza los engranajes de lo siniestro y la monstruosidad. El resultado es exquisito y perturbador, durante los cincuenta minutos que dura la obra los asistentes son partícipes de un experimento, un ritual o un aquelarre, donde los sonidos, los objetos, las luces y los movimientos corporales hacen surgir de la piel un averno.

Una puesta mínima recibe al público en la sala lado b de la Fundación Cazadores: un espacio amplio con una larga alfombra roja por la que desfilarán los cuerpos de la propia Malena y de Liza Karen Taylor, algunas copas de cristal, una botella de vino y un micrófono.

Ya en un primer instante se da lugar a lo grotesco, al final de la alfombra esperan las dos performers, convertidas en seres de algún tipo de inframundo, parecidos a los huevos antropomórficos de la película Alien (1979). Sus cuerpos desnudos, invertidos y contraídos sobre la alfombra construyen una corporalidad nueva, otra, una nueva carne cronenbergiana que al compás de una música de feria en loop laten como si fueran páncreas. Nada está dónde debería estar, las nalgas son una cabeza, los hombros nuevas formas de tomar asiento, los brazos son apéndices raros que aletean o tiemblan.

Luego, a esos seres les crecerán manos enguantadas que gesticulan mejor que cualquier rostro y arrancan risas nerviosas del público, sosteniendo copas de cristal que se alzan en alto y un cigarrillo que necesita ser encendido. El sonido envolvente de un cocktail concurrido transporta la escena a un mundo diabólico de snobismo. Los cuerpos mutan de nuevo, ahora hay dos mujeres desnudas con el rostro cubierto. Dos rostros gemelos, vendados, envueltos en gasa, como momias impúdicas, como Genesis P-Orridge y Lady Jaye, como hijas de un cirujano loco que las mantiene encerradas en la última habitación del caserón gótico. Las referencias al cine de terror son claras. El rostro vendado recuerda a Christiane Génessier, la chica de la cara mutilada de Los ojos sin rostro (1960), o a la madre siniestra regresada de una cirugía plástica de Dulces sueños, mamá (2014).

Los sonidos ominosos elaborados por Vanesa Del Barco, las luces puntuales y los diferentes movimientos de las bailarinas, componen imágenes inquietantes de forma permanente. Una carrera delirada en cuatro patas construye un momento central en la obra. Desnudas, con los rostros ocultos y los sexos expuestos, andarán sobre la alfombra como insectos rarísimos cargando copas llenas de líquido sobre la espalda. La tensión es máxima, la posibilidad de la caída, de lo imprevisto, del fracaso, ponen los pelos de punta. Un espectáculo humillante, una desnudez que aturde por su contundencia, una fantasía sadiana que hace imaginar alguna escena retorcida de Saló, o los 120 días de Sodoma (1975).

Se abre el vino, se llenan las copas, el líquido reverbera de forma pesadillesca. Dentro del cristal se canta una canción sombría que invade el ambiente con una voz aguda y fantasmal. La canción es Always is Always, un cover de la familia Manson que Psychic TV grabó en su disco Dreams Less Sweets en 1983. Una vernissage terrible, una intimidad hiriente entre los cuerpos de las performers, un brindis repetitivo las reúne, los choques de las copas se intensifican, suenan cada vez más fuerte, componen música de cámara de un manicomio. La repetición es parte del rito, se ingresa en algún tipo de trance, las copas se mueven boca abajo por la alfombra, van y vienen erráticas, se rozan, pueden estallar en cualquier momento. Una séance espiritista, un juego de la copa enloquecido, espíritus del bajo astral controlan cada movimiento. Las copas se detienen, pero todavía se las escucha moverse sobre el piso, entre los pies del público.

Algo ha sido conjurado y los cuerpos son ahora envases manipulados por una energía negra que los convulsiona. Ahora están erguidos y son salvajes. La animalidad aflora en los movimientos, muestran los dientes, sacan la lengua entre los vendajes. Las bailarinas se permiten la libertad de crear su propio leprosario, de invocar con movimientos el mal y enseñarlo como evidencia de aquello que es imposible de comprender sin perder el juicio. Algo similar hacía Isabelle Adjani en la famosa escena del subte en Una mujer poseída (1981) en la que todo su físico se transforma, se conmociona y se derrumba hasta largar fluidos verdes y rojos como prueba del contacto con lo demoníaco. El cuerpo como un canal que conecta con lo más ajeno, que desobedece toda previsión. Una posesión no es otra cosa que el más intenso de los desacatos de un cuerpo, generalmente un cuerpo de mujer.

La monstruosidad femenina es un tema de larguísima data en el género gótico y sus derivados: mujeres pantera, mujeres sin rostro, mujeres salvajes, mujeres dementes, mujeres vampiro, mujeres posesas, mujeres terroríficas. 

Inauguración continúa esa tradición e imagina con gracia una forma distinta de este arquetipo de la mujer monstruo que transgrede su deber ser, que traiciona la expectativa y al mismo tiempo las contiene a todas. La desnudez brutal de ambas performers pone las cosas en un borde incómodo, entre el erotismo y el horror de un cuerpo femenino llevado a los extremos más infernales. Dice Angélica Liddell que el lugar de la poesía es el infierno.

Inauguración es un ejercicio incansable por descomponer un cuerpo humano hasta acercarlo a lo desconocido, a lo otro: al animal, al fantasma o al monstruo.

Cuanto más lejos de lo real nos arrastra la experiencia, más cerca estamos de contemplar la verdad, cualquiera sea ésta. Esa es una de las varias proezas de la obra. Porque mediante este ritual Malena Giaquinta y Liza Karen Taylor convocan algo ancestral, una esencia oculta del ser humano. La máscara no es la que llevan puesta para la performance, la verdadera máscara se lleva afuera del perímetro escénico, en la vida cotidiana, es la danza y la poesía la que descorren los velos que esconden aquello que no puede mostrarse. Inauguración es antes que nada críptica, no hay en ella una intención de develar el secreto que anida en lo más profundo del infierno, sino evocar, hacerlo surgir como si se invocara con él a todos los males. 

Este comentario fue escrito para la obra Inauguración de Malena Giaquinta realizada en la sala lado b en la Fundación Cazadores. 

Ficha Técnica: Concepción: Malena Giaquinta /Intérpretes: Malena Giaquinta, Liza Karen Taylor /Diseño de luces: Nicolás Licera Vidal /Diseño sonoro: Vanesa Del Barco /Asistencia de dirección: Popi Cabrera /Dirección: Malena Giaquinta / Duración: 50 minutos

 

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